Cadenas Cinéticas Articuladas

Luis Cortés

04/05/00. (Sala 194)

Con este título se abre una exposición compuesta por más de doce esculturas en acero. Dotadas de un motor (220 V ó 12 V) que conectado a la red directamente o a través de un transformador reproducen formas, movimientos y ritmos de diferentes seres: animales, plantas, una montaña, una ola, u otros fenómenos de la naturaleza. Son esculturas motorizadas.

Cada una de las piezas se compone de un número de elementos articulados entre sí (desde 9 en la “ola” hasta más de 30 en “el caballo de Añón”), según lo cual éstos existen en un estado de interdependencia y ninguno de ellos es capaz de moverse solo o con naturaleza propia. La potencia del motor, a diferente número de revoluciones en cada caso, pasa a una manivela principal distribuyéndola a bielas y balancines. Son lo que se llama en mecánica  cadenas cinéticas articuladas. Dispuestos todos los ejes en un solo plano espacial son principalmente siluetas.

Movimiento y forma se delimitan en el espacio. Las funciones mecánicas o movilidad de los seres, sea de manera interna o externa imprime a éstos una forma determinada y a su vez ésta es capaz de generar unos movimientos. La cola del delfín, la garra del leopardo, las ramas de un árbol son formas trazadas por un trabajo mecánico. Dicho de otro modo es en todos los seres un diseño del movimiento.

Sintetizados los elementos que componen las piezas en líneas rectas, las únicas curvas que se describen son las trazadas por los mecanismos a través de puntos de giro, pero tan solo en un tiempo determinado: son principalmente representaciones del movimiento.

Sólo he querido imaginar alternativas para el arte, apostando siempre por cualquier forma de técnica, que pudiese aportar nuevas imágenes, ofreciendo significados diferentes del mundo de nuestro ser.

Sólo he querido imaginar una cola de delfín, metálica, saliendo del agua, generando efectos: una fuente pública. Un árbol confundido entre árboles reales, moviéndose con el aire. El movimiento de una ola, quizá también por si algún día necesitamos recordarlas.

Luís Cortés

Cadenas cinéticas articuladas

https://www.youtube.com/watch?v=zUvB6T3-UWk&list=LL&index=27

Algunas reflexiones acerca del movimiento y la abstracción en el arte, motivados por la obra de Luís Cortés.

En cierta película de Antonioni, sus personajes, en un paseo nocturno por el puerto, se detienen como atraídos por algo: movida por la ondulación lánguida y monótona del agua, una hilera de cilindros metálicos encadenados que se balancean y entrechocan con la fatídica obstinación de un movimiento perpetuo. Los personajes, absortos, permanecen inmóviles, con la mirada atrapada por ese acontecimiento trivial y fascinante. Una mirada larga y atenta como aquella que repetimos, siempre, idéntica, ante el fuego.

Deleite y estupor: el lento derrumbarse de la pared glaciar; el sereno paso de las nubes, crispantemente uniforme; las aguas de la cascada que, con espectacular desorden, se precipitan irremediablemente al vacío. Deleite y estupor: No ante lo extraño, sino ante algo que nos resulta inexplicablemente familiar: miramos como recordando.

La milenaria experiencia de habitar el planeta ha hecho de cada hallazgo un reencuentro, un estímulo que despierta una vivencia olvidada. Y no es sólo la materia lo que recordamos sino, fundamentalmente sus comportamientos: la manera en que mana el agua de la fuente, el modo en que se quiebra la escarcha bajo nuestros pies. Fenómenos, acontecimientos, pequeñas catástrofes que han impreso en nuestro cerebro los respectivos reflejos, nuestra propia conciencia motriz, nuestro instinto gestual. Se trata, en el fondo, de esa oscura complicidad del ojo con la mano que nos incluye en la gigantesca maquinaria del mundo como testigos y actores.

Luis Cortés nos propone una suerte de catálogo incompleto de los movimientos, atribuibles todos ellos a fenómenos reales, abiertamente declarados, bautizados con el nombre de los hechos que cada pieza imita. La realidad está expresamente representada y, por lo tanto, convocada; pero no estamos ante un caso de ilusionismo. Aquella sabia sentencia oriental de que “merece quedarse ciego quien vea los hilos de las marionetas” aquí no se cumple. En nuestro caso, más bien podrá sostenerse lo contrario: nada ha comprendido quien, en honor al realismo, olvide o intente no ver los mecanismos de estos objetos.

A propósito y sin concesiones, el artista nos deja a solas con sus palancas y bielas,

Frente a la materialidad de la maquinaria desnuda y elemental. El principio motor está mostrado sin pudor, aunque pulcramente. Para que vean los que sepan ver. O para enseñar a mirar. Para conseguir que se vea el movimiento, a secas, atravesando la imagen del objeto animado que la pieza rememora.

Un movimiento que pertenece a la vez a dos mundos: al mundo de la máquina y al del objeto representado. Al que se ve y al que allí no está. Un movimiento arrebatado a sus dueños originales, metafórico como el del robot. Como el salto en cámara lenta de aquel leopardo, que nos fascina con una sensualidad de origen desconocido y que también alude a otros movimientos, quizá otros saltos, algo que ya no recordamos. O como la danza misma, que nos place porque imita perfectamente otra cosa sin dejar de ser pura danza. Danza pura.

Ver, entonces, la máquina, abstraer su movimiento, reconocer luego en él al ser real y volverlo a olvidar para retornar al mecanismo. La experiencia artística es un itinerario de éxtasis diversos: más que una llegada, un viaje.

Pues, en su forma pura, el arte figurativo es fruto de la abstracción y, en su apreciación, remite a ella; lo abstracto, stricto sensu, sólo reside en lo concreto; pues carece de existencia autónoma fuera del pensamiento. La noción de “arte abstracto” es, en ese sentido, redundante, y su ejercicio, prácticamente superfluo.

Y es así que descubrimos, de pronto, que el mágico movimiento de la montaña mecánica de Luis Cortés, torna irrelevante aquel aleatorio oscilar sin sentido de los móviles de Calder.

El arte no se plasma en la figura ni en el principio formal sino en el péndulo que va de una a otro: una oscilación entre materia y sentido que no se detiene y que nos mantiene en vilo. Y la experiencia artística no es sino la inquietud que ese titubeo suscita.

Norberto Chaves